IRLANDA

 

Carlos Garrachón Arias

AVAC 12/2018

 

 

 

CUANDO QUIERAS QUE LLUEVA, O DEJE DE LLOVER EN ALGUNA PARTE DE IRLANDA, SOLO TIENES QUE ESPERAR QUINCE MINUTOS.

 

Todo el mundo lo sabe, allí llueve bastante. Este clima a lo largo de milenios ha contribuido a formar suelos de gran riqueza. Irlanda tiene el record de producción de trigo por hectárea en secano; no menciono la cifra para que no se asusten, y porque la envidia es muy mala.

 

En Irlanda los suelos están alfombrados por una pertinaz masa vegetal. En Irlanda la hierba crece al mismo ritmo que la barba les crece a sus habitantes. En Irlanda adoran el arado de vertedera. Lo necesitan para darle la vuelta a la tostada, para comprobar que la tierra, por dentro, es de otro color. Para tener un sitio oreado donde poner las semilla y que crezca la nueva cosecha.

 

La riqueza de sus habitantes, su prosperidad, su salud física y espiritual se la deben al arado. Su pasado está labrado a mano, con mulas y se esfuerzan, aún hoy, para que esto no se olvide en su memoria.

En Irlanda se han venido celebrando campeonatos de arada desde el año 1935 hasta nuestros días, con carácter de acontecimiento nacional. En estos actos sociales, rurales y multitudinarios, se reúnen anualmente las familias de agricultores de todo el país, allí son presentados sus nuevos miembros en sociedad. Hay categorías de arada de ambos sexos. Arada, con mula y tractores, con diferente número de cuerpos y reversible o no, pasando por un instrumento artesanal  para invertir la tierra, sin mas utensilios que la fuerza corporal.

Se han forjado así leyendas con héroes nacionales, y hasta el mismísimo Charles de Gaulle o el presidente de turno de la nación han hecho surco en su apretada agenda, para no faltar a la cita y verse reflejados por los medios de comunicación precisamente ahí, junto a los  héroes del arado, arado, arado…..

 

 

CUANDO QUIERAS QUE LLUEVA O DEJE DE LLOVER EN NUESTRO TERRITÓRIO, SÓLO HAS DE ESPERAR A QUE EL TIEMPO QUIERA. PUEDEN SER QUINCE MINUTOS UNA SEMANA O, QUIZÁS, VARIOS MESES.

 

 

 

Y aquí en España también. Llegó la fuerza, y todo el mundo lo hacía. Las parcelas eran pura grava. Antes habían sido pinares o majuelos heridos por la filoxera, pero era trigo lo que se necesitaba y, por entonces, todo el campo era ya trigo repetido. El trigo tenia valor, y su valoración artificial se elevaba año tras año.

 

El único pistón que el “LANZ” tenía, parecía un taburete. Se le arrancaba a mano con gasolina, y después, ya caliente, entraba el diesel. No había cocheras cuyo techo no fuera negro carbonilla, anillada por las formas. Llegaron después los Deutz, Fordson, Allis Chalmers, Massey Ferguson, John Deere, y otros muchos más, con mas cilindros y bujías de factura americana, todos ellos precediendo a los del admirable  Eduardo Barreiros.

 

Se araba.

Arar significaba hacerlo a vertedera, como lo hacían en el extranjero.

Y la tierra se licuaba.

Bajo el empuje del tractor el suelo se perdía. Acelerándose por la helicoidal se enrollaba y salía disparada, para descansar, inerte, sobre la besana, rompiendo todo equilibrio que el suelo, por sí mismo, pudiera tener.

El arado tiraba arramplando con el suelo, la reja, los calzos, la hoja triple de “la Beyota” y hasta el alma misma del cuerpo integral.

El formón, que antes había sido vía de tren, ahora era punta de lanza. Moría, definitivamente. Retornaba a la tierra y se perdía  contra ella, afilándose en la greda. Ochenta centímetros de cuadradillo 4,5 por 4,5  el formón completo llegaba a su final. Después otro igual. Era algo normal que todo el mundo hacía.

 

Es frecuente y deseable que, cuando el empresario agrícola, se hace cargo de una explotación por primera vez, sienta la tentación de evolucionar. Hacer algo diferente con la esperanza de obtener resultados  que superen la media histórica de rentabilidad en su explotación. Para ello lee mucho, piensa en positivo, curiosea en otras fincas y también viaja, para tener puntos de referencia, directivas o teorías para trabajar y revolucionar su negocio. Esa revolución que, a su juicio, nunca había sido culminada por sus antecesores.

Movido por su ambición tiene la seguridad de que va a descubrir algo nuevo, y así, muchas veces lo hace.

 

El procedimiento es, “cabalgar a hombros de gigantes” (esto último creo que ya lo ha dicho alguien antes). Es decir ,“chupar del bote”. Suena mal, pero es así: para crecer hay que hacerlo aprovechando el trabajo hecho por otros (que a su vez, se cimenta en otros anteriores) como punto de partida del nuestro, y que será aprovechado por alguien cuando tú, ya no puedas más.

 

De todo el éxito que podamos percibir en otros modelos de agricultura, en el mundo entero, lo único que vale son las ideas. Si se consigue aislar un solo concepto. Si por fortuna una sola idea quedase sintetizada y fuese posible trabajar con ella en nuestro modelo productivo, si esa idea fuese racionalmente importada y traducida desde su origen, no necesitaríamos mas. Y llovería a gusto de todos. No hay cosa tan inútil como la experiencia ajena, cuando se la ha interpretado de oído.

 

 

 

Avac

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